Aquel jóven inmigrante italiano que traía en su maleta de cartón una tradición de siglos, el amor al trabajo y la buena vecindad se afincó en el Prado desde 1943.
Comenzó entonces a amasar pasta con sus propias manos, iniciando sin saberlo lo que hoy es nuestro mayor orgullo: una tradición que aúna renovación permanente de calidad y servicios para estar presentes en la mesa de todos.
Hoy, en la vieja casona de Millán 3747, condimentamos cada uno de los platos que ofrecemos con el entusiasmo que hemos heredado, y aunque hoy ya no amasemos con las manos como el calizzano que comenzó esta historia, seguimos amasando con el corazón.